Como parte de su Colección de Arte, el Banco de la República alberga 46 retratos coloniales de monjas coronadas, religiosas de clausura que al morir fueron pintadas con flores en alegoría a las virtudes que profesaron en vida. La exposición Muerte Barroca. Retratos de monjas coronadas, una curaduría de la historiadora mexicana Alma Montero, indaga cómo, más allá del canon estético de una época, estas pinturas dan cuenta del complejo mundo social, político y cultural que fue la Colonia , y de cómo, paradójicamente, la muerte significó la cumbre de la vida para estas mujeres, al representar el tan anhelado encuentro con Cristo, su Divino Esposo.
Esta es la primera vez que el Banco de la República exhibe en su totalidad la colección de 46 retratos de monjas coronadas, fechados entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, que hoy en día se reconoce como la colección de este tipo más importante de Hispanoamérica. Estas obras se encontraban en cuatro conventos de clausura virreinales: en Santa Fe, las concepcionistas (10 pinturas), las clarisas (16 pinturas) y las dominicas —conocidas hoy en día como Las inesitas— (19 pinturas); y en Popayán, las carmelitas descalzas (1 pintura).
La exposición también incluye ocho lienzos de gran formato con los principales pasajes de la vida de Santa Inés, el retrato de la destacada escritora mística sor Francisca Josefa de la Concepción de Castillo y Guevara y el retrato de Juan de Herrera y Chumacero, un compositor neogranadino que fue maestro de música y capellán de las inesitas en la primera mitad del siglo XVIII.
Además, algunos “tesoros” pertenecientes a la colección de la Biblioteca Luis Ángel Arango, entre ellos, los manuscritos de sor Josefa del Castillo y publicaciones de antiguas bibliotecas conventuales femeninas, en especial, del Convento de Santa Inés. Además, en diálogo con esta exposición, se exhibe una muestra de dibujos de Eduardo Ramírez Villamizar (1923-2004), hechos a partir de la experiencia personal del artista con las monjas de clausura.
Sobre las monjas coronadas
A diferencia de la idea actual que se puede tener de un convento de clausura y de las religiosas que lo habitan, para la sociedad virreinal estas instituciones ocuparon un nivel muy alto en la jerarquización social de la época y se constituyeron como centros de conocimiento e intelectualidad. Era un mundo femenino en el que convivían mujeres de toda índole que “buscaron la tranquilidad de los claustros conventuales como un espacio propicio —el mejor en su tiempo— para desarrollar actividades como la lectura, el canto, la escritura y el estudio de instrumentos musicales. Muchas de las mujeres más cultas en su época vivieron en los conventos”, explica Alma Montero.
La costumbre de realizar retratos post mortem de las monjas de clausura que habían llevado una vida santa, fue una práctica común en los conventos femeninos de países como España, México, Perú y Colombia. Para las religiosas, la muerte era un momento inmensamente significativo y la cumbre de su vida conventual ya que simbolizaba su encuentro definitivo con Cristo. Estas pinturas, que muestran a las monjas de medio cuerpo en su lecho de muerte, con adornos y coronas floridas, enseñaban simbólicamente las virtudes y los modelos de vida que debían imitarse: humildad, mortificación, castidad, amor, pureza, elegancia, gracia, etc.
“Es sumamente importante destacar los objetivos ejemplarizantes de estos retratos y sus fines didácticos. El análisis de las imágenes, así como el estudio de algunos archivos conventuales, permiten concluir que las pinturas de monjas coronadas muertas fueron solicitadas por el propio convento como una forma de perpetuar en la memoria los rasgos de una religiosa ejemplar”, comenta la curadora.
© Fuente: Banco República Cultural